Nuestra estancia en tierras ugandesas va tocando a su fin, mañana partirmos rumbo a Kampala, y el viernes cogemos nuestro avión. Es momento de despedidas, de recoger todo, de hacer balance, de reflexionar... También de ir concluyendo este blog y por supuesto de dar gracias.
Gracias a Father Grace por su eterna amabilidad y hospitalidad y por su absoluta predisposición a mostrarnos y enseñarnos todo cuanto ha estado en sus manos.
Gracias a nuestras familias por habernos permitido vivir esta aventura insuperable.
Gracias a todos los que os habéis acordado de nosotros en algún momento.
Gracias a todos los que habéis seguido y participado en el blog, a los que han intentado concienzudamente hacer algún comentario y no lo han conseguido, a los que lo han hecho alegrándonos el momento de abrir la página.
Gracias a todos los que habéis difundido el blog, a los que han dicho: “mañana sin falta lo miro” y no lo han llegado a hacer.
Gracias a los que en algún momento han comentado con alguien alguna de las entradas del blog haciendo que éste tenga razón de ser.
Y por supuesto gracias a todas las personas con las que nos hemos topado en el camino durante este mes largo, por enseñarnos tanto, por darnos incluso lo que no tienen dándonos una importante lección de humanidad y solidaridad, por permitirnos vivir todo lo vivido y darnos qué contaros en este blog.
Esperamos algún día poder volver por aquí, en ese caso os prometemos que volveremos a hacer que sepáis todo lo que nos ocurre.
sábado, 21 de marzo de 2009
miércoles, 18 de marzo de 2009
Moyo 13 de marzo de 2009
El infierno comenzó para Filda Amony una noche de febrero de 2008, cuando tenía 13 años. Un grupo de rebeldes armados atacó por sorpresa su aldea de Kalele en el norte de Uganda y a ella se la llevaron atada junto a otros niños. La durísima marcha de 200 km hasta la base de los guerrilleros en Jebelein (sur de Sudán) duró tres semanas. Mientras desgranaba su historia en voz baja, bajando la mirada, me explicó cómo a los niños que no podían resistir la caminata los mataban a golpes o a machetazos, obligando a sus propios compañeros a ejecutar el castigo.
“Cuando llegamos a Sudán, un comandante llamado Opuk nos adiestró en el manejo de las armas y las tácticas de ataque. Nos golpeaban ante la menor falta. Si no aprendíamos con la rapidez que ellos querían, nos dejaban sin comer todo el día” recordaba Filda. A los pocos meses le asignaron a uno de los oficiales para ser su “esposa”, experiencia que recuerda con particular repugnancia: “yo era muy joven y él era mucho mas más mayor que yo y tenía ya varias mujeres, pero si me hubiera negado me habrían matado”. Con él tuvo dos niños, uno de los cuales murió en Sudán.
Filda encontró su oportunidad de escapar en 2004, durante un combate contra el ejército ugandés en el que resultó herida de bala en una pierna. A su hijo, que entonces tenía 2 años, no le pasó nada y ahora vive con ella en el campo de desplazados de Omiya-Anyima, en el distrito de Kitgum. Pero su regreso tuvo poco de final feliz: al volver con su familia se encontró con que su madre había muerto de un ataque al corazón pocos años antes, cuando un de sus hermanos murió durante un ataque.
Quinto Otto, secuestrado en 2003 con 12 años, no podrá nunca quitarse de la cabeza el día en que los guerrilleros le dieron un hacha y le obligaron a matar a uno de sus mejores amigos. Si se hubiera negado le habrían matado a él de la misma forma. Para Irene Ayero, raptada en 1998 con 11 años, lo peor fue tener que dormir durante varios meses atada a un grupo de cien niños. Richar Ochola, de 14 años, secuestrado en 2003, tiene aún las cicatrices de las palizas que le pegaron con machetes durante los tres años que estuvo en el LRA. A Joseph Latwal, que estuvo con la guerrilla de 2001 a 2004 y tiene ahora 18 años, le secuestraron junto con su hermana de 14 años, la cual murió a los poco meses durante un combate en Sudán. “aquel día pensé que es mejor morir, porque ver lo que pasa en este mundo es muy triste”.
Es posible que Filda y Quinto no sepan que el uso de menores ha sido más la regla que la excepción en una de las guerras más cruentas de las últimas décadas, casi siempre en los lugares más pobres del mundo. Según Amnistía Internacional, al menos 300.000 niños han luchando en primera línea en los conflictos de Sudán,, Angola, Sri Lanka, Colombia, R.D. De Congo, Sierra Leona, Liberia y Norte de Uganda. Los niños que engrosan las filas de ejércitos, milicias, rebeldes y paramilitares lo hacen, bien a la fuerza (como en el norte de Uganda), o bien empujados por la extrema pobreza en la que viven.
Las armas ligeras que proliferan hoy con la facilidad son de manejo fácil. Los niños son mas fáciles de manipular, no son conscientes del riesgo que corren durante los combates, y debido a la enorme presión psicológica que sufren son capaces de realizar actos de extrema crueldad que un adulto dudaría en realizar. La estrategia diabólica del LRA estaba muy bien diseñada: una vez que se ha inyectado el terror en la mente de los niños y que se les ha obligado a matar a sus propios amigos o atacar sus propias aldeas, terminan por pensar que ya nunca serán aceptados por sus familiares, y que su única alternativa es permanecer en el LRA el resto de sus días.
Fragmento de "Hierba Alta" de José Carlos Rodriguez Soto (Editorial Mundo Negro)
“Cuando llegamos a Sudán, un comandante llamado Opuk nos adiestró en el manejo de las armas y las tácticas de ataque. Nos golpeaban ante la menor falta. Si no aprendíamos con la rapidez que ellos querían, nos dejaban sin comer todo el día” recordaba Filda. A los pocos meses le asignaron a uno de los oficiales para ser su “esposa”, experiencia que recuerda con particular repugnancia: “yo era muy joven y él era mucho mas más mayor que yo y tenía ya varias mujeres, pero si me hubiera negado me habrían matado”. Con él tuvo dos niños, uno de los cuales murió en Sudán.
Filda encontró su oportunidad de escapar en 2004, durante un combate contra el ejército ugandés en el que resultó herida de bala en una pierna. A su hijo, que entonces tenía 2 años, no le pasó nada y ahora vive con ella en el campo de desplazados de Omiya-Anyima, en el distrito de Kitgum. Pero su regreso tuvo poco de final feliz: al volver con su familia se encontró con que su madre había muerto de un ataque al corazón pocos años antes, cuando un de sus hermanos murió durante un ataque.
Quinto Otto, secuestrado en 2003 con 12 años, no podrá nunca quitarse de la cabeza el día en que los guerrilleros le dieron un hacha y le obligaron a matar a uno de sus mejores amigos. Si se hubiera negado le habrían matado a él de la misma forma. Para Irene Ayero, raptada en 1998 con 11 años, lo peor fue tener que dormir durante varios meses atada a un grupo de cien niños. Richar Ochola, de 14 años, secuestrado en 2003, tiene aún las cicatrices de las palizas que le pegaron con machetes durante los tres años que estuvo en el LRA. A Joseph Latwal, que estuvo con la guerrilla de 2001 a 2004 y tiene ahora 18 años, le secuestraron junto con su hermana de 14 años, la cual murió a los poco meses durante un combate en Sudán. “aquel día pensé que es mejor morir, porque ver lo que pasa en este mundo es muy triste”.
Es posible que Filda y Quinto no sepan que el uso de menores ha sido más la regla que la excepción en una de las guerras más cruentas de las últimas décadas, casi siempre en los lugares más pobres del mundo. Según Amnistía Internacional, al menos 300.000 niños han luchando en primera línea en los conflictos de Sudán,, Angola, Sri Lanka, Colombia, R.D. De Congo, Sierra Leona, Liberia y Norte de Uganda. Los niños que engrosan las filas de ejércitos, milicias, rebeldes y paramilitares lo hacen, bien a la fuerza (como en el norte de Uganda), o bien empujados por la extrema pobreza en la que viven.
Las armas ligeras que proliferan hoy con la facilidad son de manejo fácil. Los niños son mas fáciles de manipular, no son conscientes del riesgo que corren durante los combates, y debido a la enorme presión psicológica que sufren son capaces de realizar actos de extrema crueldad que un adulto dudaría en realizar. La estrategia diabólica del LRA estaba muy bien diseñada: una vez que se ha inyectado el terror en la mente de los niños y que se les ha obligado a matar a sus propios amigos o atacar sus propias aldeas, terminan por pensar que ya nunca serán aceptados por sus familiares, y que su única alternativa es permanecer en el LRA el resto de sus días.
Fragmento de "Hierba Alta" de José Carlos Rodriguez Soto (Editorial Mundo Negro)
martes, 17 de marzo de 2009
Moyo 12 de marzo de 2009
Entender el por qué de la situación actual en los países de África es difícil, a pesar de ello todos siguen un patrón más o menos similar. La mayoría pasaron por una época colonial europea, donde Europa se aprovechó al máximo de todos los recursos que África tenía, después hacia los años 60, los europeos abandonaron África, y cuando digo abandonar es literalmente abandonar, dejando a su buena voluntad a todos los africanos. Esto trajo tras de sí una gran inestabilidad que derivó en dictaduras, guerras, golpes de estado… y todo ello ha frenado el desarrollo de estos países. En la actualidad algunos estados siguen en guerra, otros por fin han llegado a la “paz” pero también suelen tener algo en común, los jefes de estado son antiguos militares, jefes de los ejércitos que ganaron las últimas guerras…
El caso concreto de Uganda sigue más o menos este esquema. La guerra acabó oficialmente en 1986 cuando Museveni entró en el poder (donde sigue actualmente). Desde entonces Uganda ha sido un ejemplo de desarrollo para el resto de países de África, pero en el norte de Uganda se libró una oculta, sangrienta y brutal guerra que el mundo entero no quiso ver. Cuando Museveni entró en el poder en 1986 un extraño ejército empezó a sembrar el terror en el norte de Uganda. Este ejército tiene de característico que no sigue unos ideales revolucionarios, teóricamente luchan por Dios y por los 10 mandamientos (curiosamente ellos las incumplen todos), su nombre es Ejército de Resistencia del Señor (LRA siglas en inglés). Los ataques a la población civil se han ido repitiendo casi hasta la actualidad: masacres en poblados, mutilaciones, emboscadas en las carreteras… pero hay algo que destaca por encima de todas esas barbaridades, para engrosar sus filas el LRA secuestraba niños. Las cifras son verdaderamente alarmantes, según Naciones Unidas más de 20.000 niños han sido secuestrados.
En todo el tiempo que hemos estado aquí siempre hemos oído historias sobre esa sangrienta guerra. En nuestra estancia en Lira Teresa nos contó cómo le temblaban los dientes la noche en que el LRA atacó la población donde vivía, a las monjas de Moyo se les encoje el corazón cada vez que nos cuentan como secuestraban niños delante de sus ojos de sus propias escuelas, Grace cada vez que cogíamos el coche siempre nos recordaba los peligroso que era (normalmente había que hacerlo con convoy militar) conducir por las carreteras que iban a de Kampala a Moyo…
Casi veinte años ha durado en el norte de Uganda esta guerra, en la cual los niños han sido los principales protagonistas. El mundo entero cerró los ojos a este conflicto que ha dejado tras de sí millones de desplazados (obligados por el propio gobierno a hacerlo bajo amenaza de ser objetivos), un incontable número de muertos y mutilados y lo más terrible de todo el espeluznante número de niños secuestrados.
La población civil vivía atemorizada, miles de personas abandonaban sus hogares para vivir en campos de refugiados y los más perjudicados de este miedo eran los niños. Uno de los hechos más significativos fue como todas las noches miles de niños recorrían más de 20 km desde los campos de refugiados o desde sus casas hacia las ciudades para estar a salvo del LRA . Estos niños fueron conocidos como “Los caminantes nocturnos”.
Viendo esto uno piensa que en el mundo existen guerras de primera y guerras de segunda. A diferencia de las guerras de Irak o Palestina de las que recibimos información a diario muchas guerras de África pasan completamente desapercibidas. Uganda no tiene petróleo (aunque parece que ahora se ha descubierto alguna cuenca), ni diamantes, ni oro… Ni quizás el morbo de los conflictos palestino-israelíes pero no por ello tiene que ser dejada completamente de lado por la comunidad internacional. Las guerras son la cara más horrible de la Humanidad y el mundo no tiene que cerrar los ojos a ninguna de ellas sean donde sean.
A Finales del 2005 el LRA cruzó por primera vez el Nilo y se internó en los bosques de la R. D. del Congo. Las últimas noticias de sus actuaciones llegaron en Navidad donde se cree que masacraron a más de 400 personas. ..
Referencias:
Información sobre el LRA y la guerra en el norte de Uganda (wikipedia)
Hierba Alta de José Carlos Rodriguez Soto (Editorial Mundo Negro)
El caso concreto de Uganda sigue más o menos este esquema. La guerra acabó oficialmente en 1986 cuando Museveni entró en el poder (donde sigue actualmente). Desde entonces Uganda ha sido un ejemplo de desarrollo para el resto de países de África, pero en el norte de Uganda se libró una oculta, sangrienta y brutal guerra que el mundo entero no quiso ver. Cuando Museveni entró en el poder en 1986 un extraño ejército empezó a sembrar el terror en el norte de Uganda. Este ejército tiene de característico que no sigue unos ideales revolucionarios, teóricamente luchan por Dios y por los 10 mandamientos (curiosamente ellos las incumplen todos), su nombre es Ejército de Resistencia del Señor (LRA siglas en inglés). Los ataques a la población civil se han ido repitiendo casi hasta la actualidad: masacres en poblados, mutilaciones, emboscadas en las carreteras… pero hay algo que destaca por encima de todas esas barbaridades, para engrosar sus filas el LRA secuestraba niños. Las cifras son verdaderamente alarmantes, según Naciones Unidas más de 20.000 niños han sido secuestrados.
En todo el tiempo que hemos estado aquí siempre hemos oído historias sobre esa sangrienta guerra. En nuestra estancia en Lira Teresa nos contó cómo le temblaban los dientes la noche en que el LRA atacó la población donde vivía, a las monjas de Moyo se les encoje el corazón cada vez que nos cuentan como secuestraban niños delante de sus ojos de sus propias escuelas, Grace cada vez que cogíamos el coche siempre nos recordaba los peligroso que era (normalmente había que hacerlo con convoy militar) conducir por las carreteras que iban a de Kampala a Moyo…
Casi veinte años ha durado en el norte de Uganda esta guerra, en la cual los niños han sido los principales protagonistas. El mundo entero cerró los ojos a este conflicto que ha dejado tras de sí millones de desplazados (obligados por el propio gobierno a hacerlo bajo amenaza de ser objetivos), un incontable número de muertos y mutilados y lo más terrible de todo el espeluznante número de niños secuestrados.
La población civil vivía atemorizada, miles de personas abandonaban sus hogares para vivir en campos de refugiados y los más perjudicados de este miedo eran los niños. Uno de los hechos más significativos fue como todas las noches miles de niños recorrían más de 20 km desde los campos de refugiados o desde sus casas hacia las ciudades para estar a salvo del LRA . Estos niños fueron conocidos como “Los caminantes nocturnos”.
Viendo esto uno piensa que en el mundo existen guerras de primera y guerras de segunda. A diferencia de las guerras de Irak o Palestina de las que recibimos información a diario muchas guerras de África pasan completamente desapercibidas. Uganda no tiene petróleo (aunque parece que ahora se ha descubierto alguna cuenca), ni diamantes, ni oro… Ni quizás el morbo de los conflictos palestino-israelíes pero no por ello tiene que ser dejada completamente de lado por la comunidad internacional. Las guerras son la cara más horrible de la Humanidad y el mundo no tiene que cerrar los ojos a ninguna de ellas sean donde sean.
A Finales del 2005 el LRA cruzó por primera vez el Nilo y se internó en los bosques de la R. D. del Congo. Las últimas noticias de sus actuaciones llegaron en Navidad donde se cree que masacraron a más de 400 personas. ..
Referencias:
Información sobre el LRA y la guerra en el norte de Uganda (wikipedia)
Hierba Alta de José Carlos Rodriguez Soto (Editorial Mundo Negro)
lunes, 16 de marzo de 2009
Moyo 11 de marzo de 2009
Cuando entra por la puerta lo hace de forma insegura, un poco tambaleante y con una expresión triste en la cara. Está embarazada de ocho meses y viene a hacer su primera revisión del embarazo. Además asegura que lleva unos días que le duele la cabeza y podría tener fiebre. Esto nos alerta y la prueba que le hacemos confirma que la chica tiene malaria. Esta enfermedad es una de las causas más prevalentes de aborto en los países tropicales y además obliga a un tratamiento intravenoso y un seguimiento exhaustivo.
Por esta razón la chica debe quedarse en el centro de salud ingresada. Esto no hace sino reforzar su mirada triste. Por la tarde cuando vamos a visitarle sigue con la misma ropa y confiesa no haber comido. Dice que nadie puede ir a llevarle ropa ni alimentos para que tenga durante su ingreso. Preguntamos por su marido y sólo contesta: “no está”. Cuestionada acerca del resto de su familia dice que su suegra le ha dicho que no va a ir a verle y que los demás no pueden. No podemos averiguar más pues la chica no habla madi, lo cual sugiere que no es de aquí y que su familia probablemente viva lejos, y su inglés es escaso, no debió ir a la escuela durante mucho tiempo.
La monja un rato después le llama para hablar con ella a solas. Le dice que tiene que darse cuenta de que no puede estar sin comer mientras dure el tratamiento. Ella no para de repetir que quiere irse a casa. Intentamos convencerla e indagar más pero ella no dice nada. “¿Pero qué te pasa?” Dos lágrimas caen por sus mejillas: “nadie ha venido a verme”. La monja intenta explicarle la gravedad de tener malaria durante la gestación, la importancia de ser tratada, de descansar y de alimentarse bien en caso de contraerla durante el embarazo. Yo creo que ella no le escucha, su verdadero problema es que se siente sola.
Cuando se va le digo a la enfermera: “¿cuántos años tiene? Parece muy joven...” Esboza una media sonrisa y me contesta: “dieciséis”. Una tarde más regreso con el corazón en un puño al centro.
Nota: la chica se quedó ingresada en el centro de salud hasta que acabó el tratamiento; durante ese tiempo nadie fue a visitarle pero las monjas del convento se encargaron de que no le faltara de nada.
Por esta razón la chica debe quedarse en el centro de salud ingresada. Esto no hace sino reforzar su mirada triste. Por la tarde cuando vamos a visitarle sigue con la misma ropa y confiesa no haber comido. Dice que nadie puede ir a llevarle ropa ni alimentos para que tenga durante su ingreso. Preguntamos por su marido y sólo contesta: “no está”. Cuestionada acerca del resto de su familia dice que su suegra le ha dicho que no va a ir a verle y que los demás no pueden. No podemos averiguar más pues la chica no habla madi, lo cual sugiere que no es de aquí y que su familia probablemente viva lejos, y su inglés es escaso, no debió ir a la escuela durante mucho tiempo.
La monja un rato después le llama para hablar con ella a solas. Le dice que tiene que darse cuenta de que no puede estar sin comer mientras dure el tratamiento. Ella no para de repetir que quiere irse a casa. Intentamos convencerla e indagar más pero ella no dice nada. “¿Pero qué te pasa?” Dos lágrimas caen por sus mejillas: “nadie ha venido a verme”. La monja intenta explicarle la gravedad de tener malaria durante la gestación, la importancia de ser tratada, de descansar y de alimentarse bien en caso de contraerla durante el embarazo. Yo creo que ella no le escucha, su verdadero problema es que se siente sola.
Cuando se va le digo a la enfermera: “¿cuántos años tiene? Parece muy joven...” Esboza una media sonrisa y me contesta: “dieciséis”. Una tarde más regreso con el corazón en un puño al centro.
Nota: la chica se quedó ingresada en el centro de salud hasta que acabó el tratamiento; durante ese tiempo nadie fue a visitarle pero las monjas del convento se encargaron de que no le faltara de nada.
sábado, 14 de marzo de 2009
Moyo, 9 de marzo de 2009
Poco a poco vamos sumiéndonos en la rutina del día a día en Moyo lo cual nos permite empezar a “adaptarnos” de alguna forma a esas cosas tan impactantes que te absorben los primeros días y podemos empezar a fijarnos en pequeños detalles tan diferentes a lo que estamos acostumbrados.
El día a día en el centro de salud está lleno de esos pequeños detalles. Los martes y jueves cuando viene el “clinical officer” él y yo estamos en una sala donde exploramos a los pacientes. Antes de entrar ahí los pacientes son registrados por la monja y la enfermera en una sala anexa. Me llama poderosamente la atención que las personas no saben abrir la puerta que separa ambas habitaciones, la cual es una puerta con una manilla normal y corriente.
No menos curioso es el momento en que pedimos a los pacientes que se suban al peso, lo más frecuente es que suban tan tímidamente que dejen medio cuerpo fuera pero hay también quien se sube de medio lado e incluso de espaldas a los dígitos de la báscula.
Entre que son atendidos, se les hacen algunos análisis (el rey el de la gota gruesa para la malaria) y reciben el tratamiento los pacientes pasan más de una hora en la calle bajo un calor abrasador. Por ello la monja ha habilitado un bidón para que la gente beba. Pero el mecanismo no les resulta sencillo y en vez de abrir el grifo la mayoría abre el bidón por arriba y sumerge la taza. En sus casas está claro que no tienen agua corriente y por tanto los grifos les son inútiles y desconocidos.
Otro momento reseñable es el de la limpieza ya que las escobas son varias pajas anudadas con una cuerda y para fregar utilizan un trapo mojado que arrastran con la mano o con alguna rama cercana. A pesar de ello ninguna mujer consulta por lumbago...
Lo que es exactamente igual de frecuente que en España es que durante la consulta suene el móvil de algún paciente despistado. Aunque estas personas no tengan agua corriente, ni enseres de limpieza ni personal ni doméstica, ni puertas en sus casas y aunque no tengan ni qué llevarse a la boca, todos tienen un teléfono móvil. Las compañías telefónicas se han esforzado en abaratar sus costes de tal forma que han acabado siendo una necesidad social. Eso sí, las compañías no se fían de los ingresos de nadie aquí y no existen los contratos, todos son móviles con tarjeta prepago.
El día a día en el centro de salud está lleno de esos pequeños detalles. Los martes y jueves cuando viene el “clinical officer” él y yo estamos en una sala donde exploramos a los pacientes. Antes de entrar ahí los pacientes son registrados por la monja y la enfermera en una sala anexa. Me llama poderosamente la atención que las personas no saben abrir la puerta que separa ambas habitaciones, la cual es una puerta con una manilla normal y corriente.
No menos curioso es el momento en que pedimos a los pacientes que se suban al peso, lo más frecuente es que suban tan tímidamente que dejen medio cuerpo fuera pero hay también quien se sube de medio lado e incluso de espaldas a los dígitos de la báscula.
Entre que son atendidos, se les hacen algunos análisis (el rey el de la gota gruesa para la malaria) y reciben el tratamiento los pacientes pasan más de una hora en la calle bajo un calor abrasador. Por ello la monja ha habilitado un bidón para que la gente beba. Pero el mecanismo no les resulta sencillo y en vez de abrir el grifo la mayoría abre el bidón por arriba y sumerge la taza. En sus casas está claro que no tienen agua corriente y por tanto los grifos les son inútiles y desconocidos.
Otro momento reseñable es el de la limpieza ya que las escobas son varias pajas anudadas con una cuerda y para fregar utilizan un trapo mojado que arrastran con la mano o con alguna rama cercana. A pesar de ello ninguna mujer consulta por lumbago...
Lo que es exactamente igual de frecuente que en España es que durante la consulta suene el móvil de algún paciente despistado. Aunque estas personas no tengan agua corriente, ni enseres de limpieza ni personal ni doméstica, ni puertas en sus casas y aunque no tengan ni qué llevarse a la boca, todos tienen un teléfono móvil. Las compañías telefónicas se han esforzado en abaratar sus costes de tal forma que han acabado siendo una necesidad social. Eso sí, las compañías no se fían de los ingresos de nadie aquí y no existen los contratos, todos son móviles con tarjeta prepago.
jueves, 12 de marzo de 2009
Moyo 8 de marzo de 2009
El día internacional de la mujer es fiesta nacional en Uganda y como tal es celebrada con multitud de eventos, de hecho aquí en Moyo la orquesta local lleva toda la semana ensayando cada tarde. La pena es que el día de la mujer sea sólo un día al año y los otros 364 se pisoteen sus derechos y nadie, ni ellos opresores ni ellas indefensas, sean conscientes de que la situación debería ser muy diferente.
Grace utiliza su homilía para difundir su opinión. Intenta hacer conscientes a todos los asistentes a la misa, entre ellos nosotros, de que el rol de la mujer en el mundo debe cambiar. Y la herramienta fundamental para ello es la educación. La niña desde muy pequeña participa en las tareas del hogar, es la encargada de ir al pozo más cercano a buscar agua, es la que cuida de los hermanos pequeños, la que limpia, la que cocina y la que ve como mientras sus hermanos varones juegan al fútbol. La educación primaria es obligatoria pero tras ésta, hacia los trece años, las niñas dejan de lado sus estudios para ayudar a su madre en casa y formar pronto su propia familia.
Nosotros decidimos pasar la tarde de domingo festivo en el orfanato de Moyo; dista apenas cincuenta metros del centro y sus encargadas son las mismas monjas que llevan el centro de salud. Llegamos con tres balones que el Grupo Scout San Andrés compró como aportación a nuestra estancia en Uganda. Los niños se alteran y gritan en madi: balón, balón, mientras corren de un lado para otro. Intentamos hacer una foto como recuerdo pero no es fácil con tantos niños tan alborotados. Decidimos distraerlos sacando unos globos que también llevamos pero no hacemos sino causar una revolución absoluta. Cuando muchos ya se calman jugando con sus globos estos empiezan a explotarse por lo que pasamos un buen rato inflando globos sin descanso hasta que agotamos los cien que habíamos llevado. A nuestro alrededor se agolpan muchos niños que no paran de decir: monro, monro, que es como llaman a los blancos aquí.
En el orfanato hay actualmente más de sesenta niños. La mayoría han sido traídos por los padres al morir la madre en el parto y sentirse incapaces de sacarlos adelante. Lo cual confirma la absoluta dependencia materna de las familias ugandesas. Los niños están en el orfanato hasta que cumplen cinco años, en ese momento si el padre está vivo o tienen un familiar cercano (aquí los hermanos de tu padre son tus padres y las hermanas de tu madre son tus madres) vuelven con ellos; si no pasan a otro centro donde están hasta que son mayores de edad. Durante nuestros juegos en el orfanato conocemos a una pequeña de más de cinco años que tendrá que permanecer ahí hasta que en el otro centro quede una plaza libre. El colapso de los orfanatos del distrito de Moyo nos permite hacernos una idea de la magnitud del problema de la mortalidad materna precisamente el día internacional de la mujer.
Volvemos al centro cariacontecidos, apenados por esos pobres niños que en unas pocas horas nos han demostrado estar tan faltos de cariño. Al menos tenemos la certeza de que los balones están en el mejor lugar en que podíamos haberlos dejado.
Grace utiliza su homilía para difundir su opinión. Intenta hacer conscientes a todos los asistentes a la misa, entre ellos nosotros, de que el rol de la mujer en el mundo debe cambiar. Y la herramienta fundamental para ello es la educación. La niña desde muy pequeña participa en las tareas del hogar, es la encargada de ir al pozo más cercano a buscar agua, es la que cuida de los hermanos pequeños, la que limpia, la que cocina y la que ve como mientras sus hermanos varones juegan al fútbol. La educación primaria es obligatoria pero tras ésta, hacia los trece años, las niñas dejan de lado sus estudios para ayudar a su madre en casa y formar pronto su propia familia.
Nosotros decidimos pasar la tarde de domingo festivo en el orfanato de Moyo; dista apenas cincuenta metros del centro y sus encargadas son las mismas monjas que llevan el centro de salud. Llegamos con tres balones que el Grupo Scout San Andrés compró como aportación a nuestra estancia en Uganda. Los niños se alteran y gritan en madi: balón, balón, mientras corren de un lado para otro. Intentamos hacer una foto como recuerdo pero no es fácil con tantos niños tan alborotados. Decidimos distraerlos sacando unos globos que también llevamos pero no hacemos sino causar una revolución absoluta. Cuando muchos ya se calman jugando con sus globos estos empiezan a explotarse por lo que pasamos un buen rato inflando globos sin descanso hasta que agotamos los cien que habíamos llevado. A nuestro alrededor se agolpan muchos niños que no paran de decir: monro, monro, que es como llaman a los blancos aquí.
En el orfanato hay actualmente más de sesenta niños. La mayoría han sido traídos por los padres al morir la madre en el parto y sentirse incapaces de sacarlos adelante. Lo cual confirma la absoluta dependencia materna de las familias ugandesas. Los niños están en el orfanato hasta que cumplen cinco años, en ese momento si el padre está vivo o tienen un familiar cercano (aquí los hermanos de tu padre son tus padres y las hermanas de tu madre son tus madres) vuelven con ellos; si no pasan a otro centro donde están hasta que son mayores de edad. Durante nuestros juegos en el orfanato conocemos a una pequeña de más de cinco años que tendrá que permanecer ahí hasta que en el otro centro quede una plaza libre. El colapso de los orfanatos del distrito de Moyo nos permite hacernos una idea de la magnitud del problema de la mortalidad materna precisamente el día internacional de la mujer.
Volvemos al centro cariacontecidos, apenados por esos pobres niños que en unas pocas horas nos han demostrado estar tan faltos de cariño. Al menos tenemos la certeza de que los balones están en el mejor lugar en que podíamos haberlos dejado.
miércoles, 11 de marzo de 2009
Moyo, 7 de marzo de 2009
Suena el despertador antes de las 6 de la mañana, Moyo aun duerme y sólo se oye el ruido de algunos animales ahí afuera. Desayunamos a oscuras y deprisa pues a las 6:30 hemos quedado para ir a un monte cercano: el Otze. Con la escasa puntualidad ya esperada aparece una pick-up que nos llevará hasta las inmediaciones de la montaña. En ella están ya subidas tres monjas africanas, Viola una chica austriaca que está de voluntaria en el orfanato y el chofer de todas ellas. En la parte descubierta nos montamos nosotros junto a Grace y Jimmy, un joven sacerdote de Moyo.
Tras veinte minutos de trayecto paramos en un pequeño poblado donde se monta otro hombre, dice ser el guía que nos va a enseñar el camino hasta la cima. Llegamos al último poblado accesible con el coche antes del monte y al instante de empezar nuestra marcha se acercan unos hombres que dicen tener unas trampas para animales colocadas por la montaña. No dudan en unirse a nuestra cómica expedición.
Grace para convencer a las hermanas (sobretodo porque el coche de éstas es mejor para llegar hasta donde hemos ido) les dijo que era un pequeño paseo prácticamente llano. Por lo que ellas no pensaron mucho su indumentaria. Aparecen las tres con su vestido habitual, su obligatorio velo y un sinfín de capas y refajos. Además una de ellas va en chancletas, otra lleva un abrigo realmente gordo y la tercera una gorra de lo más chillona que no duda en colocar desde el primer momento sobre su perfectamente planchado y pulcro velo. Bonita estampa. Llaneamos menos de cinco minutos y en el primer leve repecho una de las monjas decide que ella y sus chancletas dan media vuelta, eso no es lo que esperaba. Tras el segundo repecho las otras dos están tentadas de hacer lo propio pero Grace se queda con ellas, carga su abrigo, sus refajos de más, sus cantimploras de los años de maricastaña y las convence a base de bromas.
La montaña no es muy alta y sus repechos no son excesivamente duros así que nuestro mayor enemigo es el calor, a pesar de ello en unos cuarenta y cinco minutos estamos arriba. En la cima podemos apreciar las maravillosas vistas que tiene el Nilo (justo se ve por donde cruza el ferry a Adjumani), y al otro lado la frontera con Sudán. Después de recrearnos la vista con estos bellos paisajes pasamos a preparar unos deliciosos bocatas con el embutido que habíamos traído. Creemos que los amigos de las supuestas trampas han seguido el olorico del jamón pues en ningún momento han hecho mención de ningún cepo.
La bajada se nos hace algo más dura por el intenso calor pero enseguida llegamos al coche y emprendemos el camino de vuelta al centro. Allí nos aguarda uno cerveza fría, una refrescante ducha y una deliciosa comida (a la que por cierto también se apunta la sister que no pasó de los primeros metros de camino).
Tras veinte minutos de trayecto paramos en un pequeño poblado donde se monta otro hombre, dice ser el guía que nos va a enseñar el camino hasta la cima. Llegamos al último poblado accesible con el coche antes del monte y al instante de empezar nuestra marcha se acercan unos hombres que dicen tener unas trampas para animales colocadas por la montaña. No dudan en unirse a nuestra cómica expedición.
Grace para convencer a las hermanas (sobretodo porque el coche de éstas es mejor para llegar hasta donde hemos ido) les dijo que era un pequeño paseo prácticamente llano. Por lo que ellas no pensaron mucho su indumentaria. Aparecen las tres con su vestido habitual, su obligatorio velo y un sinfín de capas y refajos. Además una de ellas va en chancletas, otra lleva un abrigo realmente gordo y la tercera una gorra de lo más chillona que no duda en colocar desde el primer momento sobre su perfectamente planchado y pulcro velo. Bonita estampa. Llaneamos menos de cinco minutos y en el primer leve repecho una de las monjas decide que ella y sus chancletas dan media vuelta, eso no es lo que esperaba. Tras el segundo repecho las otras dos están tentadas de hacer lo propio pero Grace se queda con ellas, carga su abrigo, sus refajos de más, sus cantimploras de los años de maricastaña y las convence a base de bromas.
La montaña no es muy alta y sus repechos no son excesivamente duros así que nuestro mayor enemigo es el calor, a pesar de ello en unos cuarenta y cinco minutos estamos arriba. En la cima podemos apreciar las maravillosas vistas que tiene el Nilo (justo se ve por donde cruza el ferry a Adjumani), y al otro lado la frontera con Sudán. Después de recrearnos la vista con estos bellos paisajes pasamos a preparar unos deliciosos bocatas con el embutido que habíamos traído. Creemos que los amigos de las supuestas trampas han seguido el olorico del jamón pues en ningún momento han hecho mención de ningún cepo.
La bajada se nos hace algo más dura por el intenso calor pero enseguida llegamos al coche y emprendemos el camino de vuelta al centro. Allí nos aguarda uno cerveza fría, una refrescante ducha y una deliciosa comida (a la que por cierto también se apunta la sister que no pasó de los primeros metros de camino).
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